20 enero 2012

Juan Carr: "Este es un pueblo solidario"


Juan Carr, Fundador de Red Solidaria e importante activista en lo relacionado con la justicia social, es el protagonista de esta entrevista. Aunque es del año 2005, la palabras trascienden:

Ana Laura Pérez
alperez@clarin.com



La revolución solidaria. El paso de los años no desgastó el anhelo: lo fortaleció. Y aunque su mujer le dice que se está riendo menos y sus 5 hijos se quejan porque se pasa el día pegado al teléfono, no existe freno alguno para el optimismo visceral de Juan Carr.

Ni siquiera esta década de atender necesidades ajenas en la peor crisis del país. Este veterinario de 43 años (que vive en una casa antigua en Florida y trabaja en un plan contra la desnutrición en villas del Gran Buenos Aires y en una escuela), está convencido de que "este es un pueblo solidario".

Y de que falta poco para que esa característica olvidada se convierta otra vez en un hábito. Fiel a su tradicional formación católica (fue boy scout y estudió en un colegio pasionista), Carr lleva su ayuda al que lo necesita, sin distinciones: "Un millonario que espera un trasplante también es un marginado -sostiene-. El dolor del otro es el mío aunque sea de otro sector sociocultural. Pero la Argentina está fragmentada: es siempre River-Boca, izquierdaderecha, pobre-rico".

El mismo trata con políticos encumbrados de varios colores, capos de multinacionales (los megapoderosos, según definición de su cuño) periodistas, religiosos de credos diversos y pobres.

"Por motivos que no logro adivinar, nosotros cruzamos todos los sectores sociales. Llama desde la jubilada hasta el tipo más rico o la más famosa del país."

Cuando está con los poderosos, ¿no piensa que lo llaman para calmar su conciencia?

No. Cuando le acercamos el prójimo a la Argentina, todos nos responden.

¿No piensa que algunos colaboraron a crear pobres?

Yo no pienso nada de eso. Un directivo de una multinacional y el último inmigrante abandonado en una villa de emergencia son mi prójimo. Aunque no me cabe duda de que uno tiene más obligación moral que otro. Como yo tengo más obligación moral que otros argentinos por formar parte del porcentaje mínimo de los que terminaron una carrera en una universidad pública. Pero yo no le transfiero esa obligación moral a nadie.

En estos años de tratar con políticos y empresarios ¿ninguno lo sacó jamás de quicio?

No. A mí me saca de quicio la injusticia en general. Pero la injusticia puede ser el asesinato que comete un delincuente pobre y abandonado, hasta el delincuente que vacía una empresa y echa trabajadores. No creo en la sectorización del mal. Como no demonizo a los habitantes de una villa por la inseguridad, tampoco hago al revés. Igual, no pretendo ser equilibrado, eh.

Pero lo es.

Es que lo creo francamente. Concedo que si perdiera alguna vez el equilibrio trataría de recuperarlo en pos de construir. Porque en la Argentina todo es crítica y construir aquí es todo un arte. Yo pierdo el equilibrio cuando veo una injusticia.

Carr -como el resto de los voluntarios de la Red- evita teorizar, pero su concepción de la cultura de la solidaridad se define como la búsqueda de la Justicia. "Cuando conseguimos que a través de los medios la gente se acerque a un comedor comunitario, dé libros para una escuela o done sangre para un enfermo estamos haciendo justicia, porque en un país con Justicia todos los chicos tienen que tener comida y todas las escuelas tienen que tener útiles escolares."

Pero para ese país con Justicia que imagina la gente de la Red falta bastante. "En esta década tremenda se dio un proceso desde la indiferencia a una emoción. Cuando aparece una nota en una revista, la televisión o la radio la comunidad en todos los ámbitos y todos los niveles socioculturales expresa esa emoción."

¿Alcanza con la emoción?

Hubo un paso. Pero nosotros queremos que la emoción perdure y se convierta en un compromiso, porque la conmoción que provoca una inundación, una catástrofe o un trasplante se desvanece pronto. La Argentina tiene una solidaridad creciente, pero todavía la mitad de sus ciudadanos son pobres. Falta otro paso.

La misma Red Solidaria se fue construyendo de a pasos. "En aquel momento nos olíamos que la cosa iba a explotar en algún momento y veíamos que no había nada para atender ese desastre."

Fue a fines de febrero de 1995 (ni ellos logran acordar una fecha exacta del bautismo) cuando con los 3.000 pesos que juntaron entre pocos compraron una computadora y una línea telefónica y se instalaron en la oficina que uno de los fundadores tenía en un complejo de canchitas de Vicente López, donde todavía funciona.

"Pensamos: si esto sirve para salvar una sola vida cumplimos nuestro objetivo." Y ese objetivo se cumplió con creces. El mecanismo que pensaron (que siguen utilizando hoy y empieza a ser llevado a otros lugares del mundo) fue el de ser sólo el nexo entre quienes necesitan algo y quienes tiene algo para dar.

Tienen voluntarios a los que se derivan las líneas telefónicas unas pocas horas por semana donde se reciben llamados por consultas, pedidos y ofrecimientos. Un pequeño grupo de coordinadores organiza el trabajo de todos.

"Mi principal problema hoy es conseguir la prótesis que nos pidió una señora paraguaya que, como todos los inmigrantes, tiene enormes dificultades para conseguirla", ejemplifica Carr. La Red tiene una serie de contactos a los que derivar el pedido y -si estos no dan resultado- dan publicidad mediática a esa necesidad. Quienes puedan ayudar se pondrán en contacto con la persona indicada a través de la Red. Por este fluidísimo contacto con la prensa (que para Carr conlleva desde las cargadas de sus amigos hasta críticas por personalista), la Red recibió el premio Best Practices (Mejores Prácticas) de la Organización de la Naciones Unidas, que destacó su labor entre 650 ONG´s de 150 países.

A pesar de los múltiples reconocimientos, sus integrantes se ufanan de no ser nada: no tienen personería jurídica, no recaudan, ni guardan cosa alguna. Para ellos, en esa falta de estructura está la clave de su eficacia y confiabilidad. La Red se ha convertido en una organización de referencia y altísima visibilidad; un invento vernáculo que otros argentinos llevaron a puntos distantes como España, Francia, Estados Unidos, y Noruega y que ya copiaron en Japón.

Para los desacreditados políticos argentinos la Red se hizo tentadora. Muy tentadora. Todos los partidos se acercaron a Juan Carr y sus colaboradores más cercanos ("Desde la vicepresidencia para abajo nos ofrecieron todos los cargos", dice), que declinaron oferta tras oferta. "Lo nuestro funciona porque no formamos parte del Estado ni de ninguna estructura mayor", dicen -palabras más o menos- todos. Pero se encargan de resaltar que no desprecian la política. Todo lo contrario. Hasta Sebastián Vega (27) y Alejandro Araujo (26), los integrantes jóvenes (reunidos alrededor del sitiowww.sub30.net) reconocen que, en otra época, podrían haber militado en algún partido y que muchos de los problemas actuales tiene que ver con la falta de participación.

Enmarcado en un movimiento mayor de concientización, la Red Solidaria colaboró a instalar en la agenda pública problemas como la donación de órganos y sangre, y la búsqueda de chicos perdidos. Pero lo que ahora obsesiona a Juan Carr es el hambre y la desnutrición infantil. "Además de los 16 millones de pobres hay 4 millones de argentinos que son indigentes (de los cuales 2,5 millones son menores de 14 años) y no tiene asegurada la comida. A estos últimos no llegamos ni con el teléfono y menos con el mail. Por eso estamos llamando a curas, rabinos, monjas, maestras, ONG´s y municipios que estén cerca de esta máxima pobreza y hacer juntos una intrared especial para este grupo."

¿Un mérito?

Nosotros estamos condenados al fracaso, porque estar cerca del dolor te condena. Cada tanto tenemos algún éxito. Pero el gran éxito es ir conectando la solidaridad de los argentinos para potenciarla y generar un hecho cultural de proporciones: reconocer a los demás. Que el pobre, el enfermo, el inmigrante se torne visible.

¿Alguna frustración?

No lograr que nuestra capacidad para hablar y contactar a los argentinos se traduzca en una nueva cultura solidaria.

A Juan Carr eso no le quita el sueño: "Para la revolución solidaria necesitamos un poco más tiempo".

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